Una vez más
Pues eso, que me planto otro domingo más delante del ordenador para constatar que sigo dudando si no me gusta la vida que llevo o simplemente la vida en general.
Trato de ser condescendiente conmigo mismo y con la raza humana en su término medio y decido, otro domingo más, que lo que no me gusta es la vida que llevo. Así que podré seguir atormentándome durante más tiempo con qué hacer con mi futuro.
Al margen de pensamientos apestosamente recurrentes trato de dar un repaso a las cosas que me pasan ultimamente para hacer una sesuda reflexión sobre alguna.
Se me ocurre una, pero no creo que dé para más de un párrafo.
De todos modos dejaré llevar el tema, o la vaga idea más bien, hasta la extenuación, para acabar el "post" de manera agónica ni sentido alguno (como la propia vida, por cierto).
Ultimamente, en mi amado metro, no paro de pensar, o más bien de percibir lo siguiente.
No es original en absoluto, pero es una experiencia que no ha llegado a madurar y que sí es original en cuanto a vivencia en primera persona que se da en mí, así que os la tragais.
Ni que lo único valioso en el mundo fuera lo original. Si sólo lo original fuera lo que tuviese algún valor, la gente sería un montón de prejuicios superficiales inevitablemente unidos a estereotipos preconcebidos..., ejem..., pues eso, que en este precioso mundo no prima sólo lo original.
A lo que iba. Ultimamente me siento como una hormiga.
Al contrario que en aquel chiste que plantea comparaciones absurdas (-Tengo la polla como una locomotora-,-¿De potente?-. -No, de sucia-), no es de negro ni de pequeño.
Me siento parte de algo mucho más grande que yo, de lo que no soy ni consciente. Tratando de vivir mi propia existencia en una supesta libertad, pero en realidad jugando un papel a modo de pieza en un tablero donde son otros los que juegan.
Me veo sintiendo que no quiero ir a un lugar, pero yendo cada mañana. No quiero ir en el apestoso metro, pero ahí estoy mañana tras mañana.
Además de esto comparto vagón con muchísma gente. ¿Y sabeis qué?. No os lo vais a creer.
No hablamos entre nosotros.
De verdad, en serio, os lo podeis creer.
Hay momentos en los que en todo un vagón del metro estamos todos callados, no mirando al techo, pero casi, sin hablar entre nosotros.
Sé que parece una tontería, pero en lo más profundo de mi ser me impresiona.
Yo que soy incapaz en muchas ocasiones de llamar para ir a tomar algo a alguien a quien quizá quisiera ver, porque quizá vaya a parecer algo completamente fuera de lugar, ya que para mi desgracia nunca he sido muy hábil en cumplir muchas de las convenciones sociales.
No es que tenga una necesidad urticante que me impulse a tener que hablar con mis compañeros de vagón, pero la verdad es que me extraña.
Y me extraña porque me pregunto en qué clase de congregación de personas estamos viviendo, esa que se llama cuidad, donde hay tanta gente pero a la vez existen esas reglas que impiden que podamos hacernos verdadera compañía cuando estamos en un lugar común.
Sé que a la hora de la verdad habría alguna palabra amable si te calleras al suelo, o que alguien te sonríe si haces una mueca ante alguien que se tropieza.
Pero pasar de eso sería algo realmente difícil.
Somos personas, con unas pautas de relación, hábitos, normas implícitas y explícitas. Pero sin embargo tenemos lugares comunes vetados de alguna manera para ese normal discurrir de estas reglas.
Cuando pienso en la causa de este efecto, sin dudarlo pienso en la masificación. De gente, de estímulos.
Quizá es verdad que no es viable tener abierta una ventana para recibir a cualquier que nos quiera abordar de todos aquellos que nos podemos llegar a cruzar a lo largo del día.
Pero yo creo que es porque de alguna manera estamos viviendo, algunos, en un entorno que de por sí es inviable.
Una vez más apelo al sentido literal de la palabra. No tiene viabilidad que se pueda mantener cierta forma de vida más allá de algunos años, porque se quebrará la tierra y nos invadirán nuestros más profundos miedos, los que viven justo debajo nuestro, en las profundades de la tierra, donde los tenemos enterrados.
Y con esta frase absolutamente fuera de lugar me despido hasta una nueva entrega de: Este es mi "blog" y escribo lo que me da la gana.
Trato de ser condescendiente conmigo mismo y con la raza humana en su término medio y decido, otro domingo más, que lo que no me gusta es la vida que llevo. Así que podré seguir atormentándome durante más tiempo con qué hacer con mi futuro.
Al margen de pensamientos apestosamente recurrentes trato de dar un repaso a las cosas que me pasan ultimamente para hacer una sesuda reflexión sobre alguna.
Se me ocurre una, pero no creo que dé para más de un párrafo.
De todos modos dejaré llevar el tema, o la vaga idea más bien, hasta la extenuación, para acabar el "post" de manera agónica ni sentido alguno (como la propia vida, por cierto).
Ultimamente, en mi amado metro, no paro de pensar, o más bien de percibir lo siguiente.
No es original en absoluto, pero es una experiencia que no ha llegado a madurar y que sí es original en cuanto a vivencia en primera persona que se da en mí, así que os la tragais.
Ni que lo único valioso en el mundo fuera lo original. Si sólo lo original fuera lo que tuviese algún valor, la gente sería un montón de prejuicios superficiales inevitablemente unidos a estereotipos preconcebidos..., ejem..., pues eso, que en este precioso mundo no prima sólo lo original.
A lo que iba. Ultimamente me siento como una hormiga.
Al contrario que en aquel chiste que plantea comparaciones absurdas (-Tengo la polla como una locomotora-,-¿De potente?-. -No, de sucia-), no es de negro ni de pequeño.
Me siento parte de algo mucho más grande que yo, de lo que no soy ni consciente. Tratando de vivir mi propia existencia en una supesta libertad, pero en realidad jugando un papel a modo de pieza en un tablero donde son otros los que juegan.
Me veo sintiendo que no quiero ir a un lugar, pero yendo cada mañana. No quiero ir en el apestoso metro, pero ahí estoy mañana tras mañana.
Además de esto comparto vagón con muchísma gente. ¿Y sabeis qué?. No os lo vais a creer.
No hablamos entre nosotros.
De verdad, en serio, os lo podeis creer.
Hay momentos en los que en todo un vagón del metro estamos todos callados, no mirando al techo, pero casi, sin hablar entre nosotros.
Sé que parece una tontería, pero en lo más profundo de mi ser me impresiona.
Yo que soy incapaz en muchas ocasiones de llamar para ir a tomar algo a alguien a quien quizá quisiera ver, porque quizá vaya a parecer algo completamente fuera de lugar, ya que para mi desgracia nunca he sido muy hábil en cumplir muchas de las convenciones sociales.
No es que tenga una necesidad urticante que me impulse a tener que hablar con mis compañeros de vagón, pero la verdad es que me extraña.
Y me extraña porque me pregunto en qué clase de congregación de personas estamos viviendo, esa que se llama cuidad, donde hay tanta gente pero a la vez existen esas reglas que impiden que podamos hacernos verdadera compañía cuando estamos en un lugar común.
Sé que a la hora de la verdad habría alguna palabra amable si te calleras al suelo, o que alguien te sonríe si haces una mueca ante alguien que se tropieza.
Pero pasar de eso sería algo realmente difícil.
Somos personas, con unas pautas de relación, hábitos, normas implícitas y explícitas. Pero sin embargo tenemos lugares comunes vetados de alguna manera para ese normal discurrir de estas reglas.
Cuando pienso en la causa de este efecto, sin dudarlo pienso en la masificación. De gente, de estímulos.
Quizá es verdad que no es viable tener abierta una ventana para recibir a cualquier que nos quiera abordar de todos aquellos que nos podemos llegar a cruzar a lo largo del día.
Pero yo creo que es porque de alguna manera estamos viviendo, algunos, en un entorno que de por sí es inviable.
Una vez más apelo al sentido literal de la palabra. No tiene viabilidad que se pueda mantener cierta forma de vida más allá de algunos años, porque se quebrará la tierra y nos invadirán nuestros más profundos miedos, los que viven justo debajo nuestro, en las profundades de la tierra, donde los tenemos enterrados.
Y con esta frase absolutamente fuera de lugar me despido hasta una nueva entrega de: Este es mi "blog" y escribo lo que me da la gana.