Thursday, July 27, 2006

Me ha salido un grano en la conciencia

Uno que ha hecho que me pique y me haga pensar que es hasta cierto punto un deber tratar de defender de manera arguementada mis posturas, mis opiniones o intereses.

De ese grano ha salido un alter ego, que podréis visitar a partir de ahora en http://opinalrespecto.blogspot.com.

Un saludo a todos, que me encuentro un poco cansado y con un sabor amargo en el alma.

Por último simplemente poner una cita que me dejo impresionado de un libro que me estoy leyendo: "El malestar al alcance de todos" y que dice:

Mi vida es como si me golpearan con ella.

Yo hoy me siento así, sino simplemente y cada vez más, como un inválido emotivo periódico. O sea un ciclotímico demasiado vago para bajar mucho y después tener que hacer toda esa subida.

Saturday, July 08, 2006

Escucha la llamada

Estaba a punto de entrar en el tan poco apetecible vagón de metro recién parado cuando lo vi. El vagón no rebosaba gente como lo imaginaba en mis peores pesadillas y, pensé: -Quizá en un golpe de suerte hasta tiene el aire acondicionado enchufado-.

Fue justo al entrar, en ese desagradable momento en que la gente empieza a pasar por delante de tí sin ningún cuidado y te dan ganas de saber dar codazos de esos que rompen narices. Un chico pasó, ni alto, ni bajo, ni gordo, ni flaco, vamos, un típico extra para poner de bulto en la peli. Él carecía de interés como espécimen, pero su camiseta tenía algo especial. No fue sólo el mensaje. Fue el momento y un "algo" que no quiero llamar casualidad, porque ni la casualidad ni la suerte existen.

"Escucha la llamada".

No eran unas letras, era un mensaje. Un mensaje para mí, venido de nada conocido, de las entrañas del propio mundo que conecta a personas sin que ellas los sepan y que el vulgo bautiza erróneamente como suerte o casualidad.

Al primer vistazo no lo supe. Seguía con mis cábalas sobre aquel hombre que había visto el día anterior dando una diatriba en contra de los encargados del aire acondicionado del metro, tratándo de convencer con su arenga a alguien para que nos organizáramos y lucháramos contra la injusticia que era el tenernos como pollos asados.

Sin embargo algo diferente hizo contacto en mi cerebro, y apliqué esa lectura casi inadvertida en la camiseta a mi vida propia. Me lo tomé como algo personal y supe que iba a recibir una llamada. Una llamada que no habría de pasarme inadvertida. Ignoraba si sería de trabajo o personal. Pero tuve conciencia clara de que había recibido un aviso por el que me sentí agradecido.

Muchos quizá no puedan entenderlo. Pero para mí es algo tan sutil como real. En el mundo hay señales, señales que indican casi todo, lo que ocurrirá y lo que ya pasó. Incluso las cosas que no podemos experimentar físicamente pero que en otro lugar están pasando en este mismo instante.

En alguna ocasión leí sobre un chamán muy cachondo y un poco cabroncete que trataba de enseñar a un joven estudioso de las plantas alucinógenas. Don Juan, que se llamaba el chamán, instruía a su discípulo principalmente en la capacidad para leer el mundo. Para poder ver las señales que a muchos pasan inadvertidas, pero que un chamán, gracias a sus especiales condiciones, enseñanzas y entrenamiento, se le aparecen tan claras como un cartel luminoso.

Yo no creo tener ningún poder especial ni mucho menos, pero tampoco creo que esos pequeños detalles que a veces nos dan que pensar ocurren por que sí, sino que están como efectos precisamente de otras cosas que suceden. Una palabra intuída, una persona que sabes que vas a ver una noche, una apuesta que con toda certeza sabes que vas a ganar. Hay señales, pero hay que saber leerlas, o ser lo suficientemente receptivo.

Mucha parte de esa pequeña pesadilla diaria que constituye el viaje en metro estuvo dedicada en mis pensamientos a esa certeza, pero como siempre ocurre con los detalles, poco a poco se fue diluyendo en calores y apreturas. Cuando llegué a mi casa había desaparecido de lo que se podría llamar la primera línea de mi conciencia.

Entre en mi casa y tuve una maldición interna para la persona que hubiera dejado los cacharros sin fregar la noche anterior, tratando de no personalizar para no crear rencillas innecesarias, y me entregué extasiado a la nada. Por supuesto mi móvil había quedado sin sonido sobre mi mesilla, de manera que me sería imposible oirlo como casi siempre que disfruto de mi tan querida nada.

Una hora después y sin que nada memorable hubiera pasado (recordemos la nada a la que estaba entredado en cuerpo y alma) recordé de nuevo la señal del metro. En secuencia vi toda mi vida pasar ante mis ojos (salir de la nada no es fácil) y la secuencia terminó con una urgencia al recordar que no había puesto el sonido del móvil y que me había desentendido completamente de él. Aparté los viscosos tentáculos del sofá que me atrapaban y me apresuré (correr, correr, no es algo que haga muy a menudo, si es que lo que tengo en la mente asociado a ese remoto concepto es efectivamente correr) a ver mi teléfono abandonado a su suerte.

Estaba sonando, así que lo cogí rápidamente. Era una antigua amiga de erasmus. Me comentó que eran malas noticias, y en una breve conversación me contó que un chico que ambos conocíamos se había suicidado hacía unos días. La noticia me impresionó, claro, como no podría ser de otra manera. Pensé en lo poco que la gente mira a los que están a su alrededor y tratan de hacerles sentir mejor. En ese momento me apeteció precisamente dedicar algo de tiempo a pensar si había alguien que pudiera necesitar de mi compañía, aunque fuera de una simple charla, entre aquellas personas a las que los reflejos no te impulsan a llamar.

Recordé a Juan. Conocido, casi amigo en una ocasión, me lo había encontrado en el autobús como hacía un mes. Entre curvas y tragos de agua mineral me había dejado una impresión bastante triste de la vida que llevaba en Madrid, y al final nos dimos los teléfonos para, como supusimos ambos, probablemente no volver a hablar hasta que nos encontráramos en otra ocasión.

Decidí llamarle. Quedamos para tomar algo y tuve una de las mejores tardes que recordaba por Madrid. A partir de ese momento seguimos hablando y quedando frecuentemente ese verano, para que al final acabáramos siendo compañeros de trabajo.

Recientemente hablábamos de la tristeza y la depresión y él me comentó lo increíblemente triste que se sintió a su llegada a Madrid, y que en el fondo de su corazón me agradecía infinitamente aquel verano y esa llamada que recibió. Seguimos hablando de temas similares y nos despedimos hasta el siguiente lunes.

Cuando he llegado hoy a casa, del portal salía un chico. Ni gordo, ni flaco, un poco feo eso sí, pero nada del otro mundo. Pero tenía algo especial. En la camiseta tenía escrito algo gracioso, ahora no lo recuerdo. Pero me transportado a otro día de verano. Un día que creo que ya conocéis y he recordado una llamada.