Saturday, September 24, 2005

La enfermedad del porqué

Supongo que la simpleza no cuenta entre una de mis virtudes o defectos. Tengo la enfermedad del porqué.
No puedo mirar las cosas simplemente y aceptarlas. Necesito ir más allá. Quiero saber qué se esconde detrás de los hechos. Cierto es que esto no es aplicable a cualquier cosa. No necesito saber cómo funcionan todos los aparatos que me rodean. Todos los mecanismos de las máquinas que me acompañan en cada paso que doy en la vida.
Necesito saber el porqué de las frases, de los comportamientos, de la realidad como está establecida o como se me muestra establecida.

Algunos dirán que no es una enfermedad, pero se equivocarán. Y me volveré, con los ojos inyectados en sangre, y sacando espumarajos por la boca, y lleno de rabia les espetaré a la cara que se equivocan. Es una enfermedad que hace sufrir.

Siempre se da en las charlas de borrachera el caso en que alguien detapa el tema una vez más de si la simpleza y la felicidad van unidas. Yo no voy a tratar de refutar o refrendar esa tan manida manifestación. Pero lo que sé es que el deseo de saber, el necesitar tener un porqué para cada cosa que se hace o hacen los demás cansa la mente, a veces hasta el cuerpo y por supuesto el alma.

Lo que más me duele de todo, es que la gente pueda vivir sin hacer esas preguntas, porque me dificulta el trabajo.
¿Cómo te va a ayudar alguien a explicarte las razones que se esconden detrás de sus actos o los tuyos, o ayudarte a encontrar razones para tomar decisiones de manera fundada si es algo a lo que apenas desean dedicar tiempo?.

Es gracioso además, como ya comenté en otra ocasión, seguro que cada persona que lea esto lo identificará con sus casos particulares en el caso de que pueda encontrar alguna correspondencia en su vida.
Sin embargo, para mi pesar, lo lastimoso es que vayas a donde vayas, mires a un lado u otro, en general la gente es así cada uno en su medida y con sus asuntos.

Sea en política, deporte, relaciones sociales, unas y otras opiniones apenas están refrendadas por vagos argumentos que apenas tienen en cuenta la razón del contrario.
Un ejecutivo que desprecia a un doctorando, porque el estado le paga por no hacer mucho, y a un ritmo que el jamás se podría permitir.
Un doctorando que no comprende cómo un ejecutivo puede dedicar su vida a realizar tareas que como fin último tiene de manera casi exclusiva el ganar más dinero por parte de la empresa.
¿No tienen ambos planteamientos sus cosas buenas y sus cosas malas?. ¿No puede ser que cada uno se gane la vida como puede o como sabe?.
¿No sería suficiente que cada uno se planteara las razones por las que una persona hace tal o cuál cosa?.

Pues lo más sencillo parece ser para mucha gente no plantearse una mierda, y emitir sus juicios manidos y rancios, casi tan viejos como el propio mundo, y tan ensayados. Henchidos de autocomplacencia la gente se queda en su pequeña parcela de razón, esgrimiendo verdades absolutas que no por ser ciertas refrendan lo que dicen.

Así, señores, es difícil comunicarse.
Me siento como la nota discordante, porque veo porqués a los que nadie quiere o sabe atender.

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