Sunday, August 14, 2005

Tibieza en la manos

Hace frío en el parque, pero mis manos están calientes.
Sé por qué es, pero una parte de mí permanece anonadada, testigo mudo de lo que ocurre, viendo a través de una vitrina, tranquilamente aposentada en el exterior.
El frío late en mis sienes y el cierzo sopla con insistencia tratando de llevarse recuerdos que aún son realidades.

Las lágrimas que calentaban mis manos se van enfriando, recordando que los segundos pasan, y que la realidad no permanece. Todo cambia, todo sigue su movimiento.

Su cara en mis manos es tan pequeña, es tan suave y tan delicada como un pájaro tembloroso en el regazo de un niño.
Siento una congoja que me engoje el corazón y quiero gritar. Quiero que nada de esto haya pasado, que siempre hayamos sido felices.
Me siento arrastrado lejos de algo de lo que no me quiero separar, pero me es imposible evitarlo.
Arranco un trozo de mi corazón y lo alejo de mí sin saber cómo ni por qué, llevado por algo más grande que yo, como una marioneta.

La abrazo. Su calor me embriaga, me subyuga. La tibieza de su piel me transporta a un lugar donde me siento seguro, lejos del dolor. Su olor me ciega los sentidos y no veo mas allá del sonido de su respiración entrecortada.
Beso sus labios húmedos de las mismas lágrimas que impregnan mi corazón y mis recuerdos. Mi dolor y mi arrepentimiento, mi ira y mi odio.

La sangre ya no nubla mi vista, pero siento el veneno recorriendo mis venas. Me arde el cuerpo, y me arde el alma.

Intento llorar, pero no puedo. Estoy absorto, en un lugar donde nada ni nadie me toca.

Siento como el aire llena mis pulmones y me llena de una esperanza renovada. No quiero volver a la realidad. Quiero quedarme aquí para siempre.
En un sólo momento, visto desde fuera.
Quiero creer que es posible mantener esto para siempre, y sentirme pleno, sentir que no la necesito más que a ella y sólo nosotros existimos.
-Te quiero.
-Y yo a tí.

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